viernes, 30 de noviembre de 2012

La esperanza y la libertad teñidas de resistencia


El día después de las votaciones...
Los viernes en Palestina, son como los domingos en Occidente, o por lo menos en el Occidente donde yo crecí.
La gente descansa, camina por las calles, bebe te en las veredas, fuman narguile, discuten sobre política y sobre fútbol. Hay un ambiente de paz y tranquilidad.
Hoy, en especial, las personas lucían más relajadas de lo habitual. Quizá porque es viernes y este paisaje es habitual; en realidad no le se, es mi primer viernes en esta hermosa ciudad.
Quizás, porque la sesión de la ONU fue positiva en términos de votos; quizá, porque 138 países brindaron apoyo diplomático a un grupo de personas que han ocupado gran parte de sus vidas en resistir bombas, esquivar balas, reconstruir casas, reorganizar ciudades, desplazar poblaciones enteras, recibir refugiados de ciudades asediadas, guardar llaves en sus bolsillos esperando regresar a sus casas.
Nunca viví rodeado de alambrados electrificados, muros, ametralladoras automáticas, tanques, hummers patrullando las calles, controles en la ruta cada 30 km, aviones caza sobrevolando mi cielo, militares entrando en mi casa en la mitad de la noche, nunca fui encapuchado y detenido sin razón, nunca me maltrataron por mi color de piel, nunca me robaron el lugar donde viví, nunca mataron un hijo mio delante de mis ojos, nunca tuve que pedirle permiso a otro país para salir de mi país.
Todas estas situaciones son cotidianas en el lugar donde estoy trabajando.
Yo nací libre y crecí en libertad. Podemos discutir el concepto de libertad durante muchas horas, días, meses y años, pero de lo que estoy seguro, es que en los denominados Territorios Palestinos no existe la libertad, o por lo menos el tipo de libertad que yo conocí y conozco. Soy cociente que una generación argentinos, y otros ciudadanos latinoamericanos, padecieron abusos a los derechos humanos y vivieron bajo el régimen de sistemas que no simpatizaban demasiado con la libre expresión y la libertad de pensamiento. Ese no fue mi caso.
En mi caso, mi experiencia, o mejor dicho, la vida, Dios y mis decisiones me pusieron en este pequeño lugar en el mundo, este pequeño espacio restringido en libertades y expresión.
Hoy me toca poner el cuerpo, el espíritu, la sonrisa y los oídos en este lugar carente de libertades. Por momentos no lo entiendo, por momentos siento mucha impotencia, por momentos me dan ganas de llorar, por momentos no lo puedo creer; me parece que voy a despertar y que solo fue una especie de sueño, una mala pesadilla que se pasará cuando me levante y me fume un pucho. Pero no, cierro los ojos, los abro, y esas sensaciones siguen atravesando todo mi cuerpo, mi vida.
Hoy por la tarde, cuando caminaba por la calles de Tulkarm sentí alivio, sentí que las energías en el aire estaban renovadas, sentí que el sol y la brisa cargaban mis baterías, sentí en las sonrisas y las miradas de la gente que se me iba cruzando por las calles una especie de alegría que me contagiaba ganas de vivir. Sentí que había olor a esperanza y libertad. Quizás ustedes piensen que estoy loco, que la libertad y la esperanza no se pueden oler, que son dos conceptos creados por las mentes racionales para definir determinadas situaciones socio-políticas y espirituales. Quizá tienen razón, en relación a la locura. Yo lo sentí y no me lo van a robar.
Cuando volvía a casa me acordé que tenia que comprar pan. No podía encontrar ninguna panadería o algún lugar parecido en donde comprar pan, porque era viernes, día santo. Finalmente, después de dar muchas vueltas, perdido por varias veces, me encontré con Ahmad. Otra vez el problema del idioma quiso tomar la delantera y cortar la comunicación. Nos resistimos. Nos pusimos a conversar en inglés y Ahmad me comentó que el nació por el '46, entre bombazos y balazos, y que su vida ha sido una peregrinación escapando de la guerra. A él no le interesa pelear. Me dijo que le cuesta creer, no a su Dios, eso no es un problema; a él le cree. Le cuesta creerle a los seres humanos. Me volvió a repetir que no le gustan las peleas, pero que si es necesario se va a desangrar en el suelo antes de abandonar el lugar donde nació.
Le quise pagar el pan y no me lo cobró. Me agradeció infinitamente por el trabajo de los Acompañantes Ecuménicos. Me comentó que los 30 y pico de equipos que habían pasado por Tulkarm habían hecho, cada uno a su manera, un trabajo impagable.
Me siguió agradeciendo. Yo seguía insistiendo en que me cobrase. Estuvimos unos minutos con esa conversación, y casi me terminó echando para que no le pagara. Finalmente me fui.
Junto con estas palabras, les dejo una imagen de este encuentro.
Que el Dios de amor nos modifique en cada encuentro. Oj'ala que Jesucristo se cruce en sus caminos todas las veces que lo necesiten. Que el Espíritu que da vida restablezca sus fuerzas y derrumbe prejuicios que producen dolor y muerte para dar lugar a la resurrección y la vida.
Hasta otro día.
30.11.12 – Tulkarm - Territorios Palestinos
Jonathan Michel



jueves, 29 de noviembre de 2012

El shock menos esperado



El clima en Jerusalén era agradable; estaba fresco, pero agradable. Acabamos de subir a un bus que nos llevará a hacer un tour por la ciudad. Somos 32 personas provenientes de 18 países. La edades oscilan entre los 25 y los 72 años de edad. Sudamérica está representada por un colombiano, una brasilera, un brasilero, una uruguaya y un argentino. Hay una representante de Filipinas; un representante de Corea del Norte; dos representantes de Australia. Los demás Acompañantes Ecuménicos (EA's) son representantes de Europa.
¿Que son los Acompañantes Ecuménicos?1 Somos personas que nos mudamos a vivir tres meses en Territorios Palestinos y monitorizamos con presencia física y espiritual distintas situaciones de abusos a los derechos humanos.
Hace una semana que me encuentro en una especie de entrenamiento informativo-vivencial, en donde nos capacitan para lograr “encuentros agradables con los locales”. Llegué a Tel Aviv el 17 de noviembre de 2012. Me recogió un colaborador del PEAPI en el aeropuerto de Ben Girón. Viajamos una hora desde Tel Aviv hacia Jerusalén. Eran las 6 am hora local (hay cinco horas más de diferencia con Argentina). Estaba amaneciendo y parecía que iba a ser un lindo día. Mi ingles no es muy bueno. El del chófer tampoco lo era. Tratamos de comunicarnos con palabras sueltas y por supuesto, con señas. El viaje fue de los más agradable el paisaje se iba asemejando cada vez a mis primeras clases de Mundo Bíblico en la facultad de teología: montañas, piedras, olivos, ovejas y burros...
El sol estaba cada vez más alto y ya era de día. Un cartel en la ruta rezaba: Welcome to Jerusalén - Welcome to Jerusalén.
Allí estaba, Ciudad Santa. Cientos de películas sobre las Cruzadas; muchos libros leídos; muchas interpretaciones bíblicas, varias investigaciones contextuales-socio-culturales sobre el periodo bíblico de Jesús. En el aire se respiraba olivos y pólvora...
Era extraño en Ciudad Santa.
Llegamos al hotel. En la camioneta que me transportó hasta el hotel iban otras personas, futuros colegas AE's. Bajamos el equipajes, nos saludamos con otros internacionales. Llegué al cuarto, dejé mis cosas, me senté sobre la cama y por la ventana vi la cúpula de una mezquita. Parecía real, no era una foto, estaba en Jerusalén.
La semana transcurrió en paz, trabajamos duro; mucha información, demasiada información; necesaria información.
Conocí el lugar dónde estaré trabajando. Se llama Tulkarm y está en el noroeste de los Territorios Palestinos, a unos 60 km de Jerusalém. Conocí al equipo con el que estaré trabajando por tres meses: Keith (Inglaterra), Elina (Finlandia) y Maida (Noruega). Tulkarem es un lugar precioso, rodeado por montañas, valles, piedras, olivos, vistas interminables. Es unas ciudad con unos 80.000 habitantes, con dos campos de refugiados. En los campos de refugiados viven familias que fueros desplazadas por los asentamientos israelís y por diferentes enfrentamientos armados entre palestinos e israelíes. Los asentamientos son ciudades que fueron construyendo los israelíes a medida que el ejercito de su país iba desplazando a los palestinos por medio de la fuerza, matando personas, demoliendo casa y cualquier edificio que se les interponía en el camino. En los asentamientos, viven familias que trabajan las tierras, y los hombres de esas familias tiene derecho a portar armas para defenderse de las piedras que les lanzan los palestinos cuando se produce alguna disputa.
En algún otro momento, seguiré escribiendo sobre Tulkarm.
El domingo 25 de noviembre, por la tarde, fuimos a visitar una comunidad Beduina llamada Khan an Ahmar, o algo así, la verdad, es que no recuerdo muy bien el nombre, y el motivo de este pequeño relato es contarles a ustedes, porque no recuerdo bien el nombre y que me pasó en esta visita.
Si alguien no sabe quienes son los Beduinos, puede entrar en Wikipedia y esta les dará información detallada sobre este tipo de comunidades. A mi me interesa compartir con ustedes, quizá, otra perspectiva.
Está comunidad, en particular, está compuesta por unas 120 personas, de las cuales, 70 son niños, niñas y adolescentes, de entre 0 y 14 años. En cuanto a las casas, aquellos y aquellas que alguna vez patearon una villa en Buenos Aires, o en alguna otra parte de Argentina, les cuento que es la misma perspectiva, nada más que rodeados por valles, montañas, piedras, y muros alambrados y electrificados. En cuanto a las casas y la forma de vida, es una opción. Vivir entre muros electrificados, quizás no.
Más allá de las características edilicias y contextuales, mi problema nos fue enfrentarme a esa realidad, mi problema era yo.
Eramos 32 personas de diferentes países, todos y todas portábamos un chaleco que hace referencia al programa del cual formo parte, y al Consejo Mundial de Iglesias. Las 32 personas teníamos cámaras fotográficas, y en cuanto nos acercamos a las casas de chapa, a los niños descalzos y sucios, comenzó el show fotográfico.
Un torbellino de flashes se abalanzó sobre aquel puñado de niños y niñas, burros, chapas y olor a humedad. Los niños posaban. Los fotógrafos gozaban. La situación se prolongó por unos minutos. Llegamos a una especie de carpa que era un poco más grande que las demás. Parecía un espacio grupal. Nos sentamos en el piso, sobre alguna especie de colchones. La guía del grupo, una señora inglesa, que dedicó gran parte de su vida a caminar entre pobres y desprotegidos, era la que más gozaba. Cuanto más desagradables y morbosas eran las historias, más intensidad cobraba el relato. Ella hacia las veces de interprete, entre el “líder” de la comunidad y nosotros. Este señor, el líder, nos contó sobre la situación general de los beduinos, en el pasado y el presente. Historias humillantes y de muerte propiciadas por el ejercito y el poder político israelí
Finalmente nos comentó, este señor, a través de nuestra interprete, que las Naciones Unidas lo había nominado a él a una especie de premio por las paz. Pocos escuchaban, las mayoría tomaba fotos; algunos se dormían sentados, la interprete gozaba, y algunos, sin seguir demasiados la presentación, hablábamos de los morboso de la visita, de la insensatez de que más de 30 personas visiten esta comunidad y tomen fotos en plan turista.
En algún momento el discurso de líder finalizó; quedaban pocas personas escuchando. Algunos seguían obsesivamente tomando fotos. Algunos mirábamos el paisaje y nos preguntábamos que hacíamos allí. Algunos nos sentimos parte de una propuesta que no estaba en sintonía con algunos de nuestros valores, con algunas de nuestras creencias. Algunos sentimos vergüenza. Algunos creemos que vender la miseria no es parte de la solución, no es parte del proceso de sanación, de reconciliación, de perdón.
Yo creo que comunicar las realidades, criticar sistemas y acompañar a las personas son parte de una construcción crítica de una nueva realidad, pero no a costa de la miseria de otros y otras.
Esta comunidad será acompañada y monitorizada por uno de los equipos del PEAPI durante tres meses. Espero que el Equipo Jerusalén pueda realizar un trabajo en paz y que sea de aprendizaje en un ida y vuelta.
Mientras esperábamos el ómnibus que nos llevaría de nuevo al hotel en Jerusalén, miré hacia el cielo y el sol se iba escondiendo detrás de un cerro. En lo alto, había una central de agua, solo algunos caños que abastecían a la zona de agua. Los caños estaba cercados por una reja y el ejercito israelí los abre dos veces al día para regar los cultivos de la zona, los suyos, por supuesto. Los beduinos deben caminar tres kilómetros para conseguir agua. Esa imagen quedó en mi cabeza; esa es la imagen que verán. No me pregunten porque, solo fue eso, control, humillación, dolor, sensacionalismo y show.
Hoy el contexto no logró paralizarme. Hoy me paralizó lo absurdo de nuestra poca sensibilidad.
Cuando realizamos la evaluación de esta experiencia, no pude hablar, no porque no quisiera, sino porque mi nivel de inglés no es muy bueno aún. Me cuesta articular argumentaciones, pero ya puedo hacer preguntas. Mis hermanos latinoamericanos hablaron por mi, por ellos y por miles de latinoamericanos. Hoy comparto mis sensaciones con ustedes porque necesitaba hablar. Necesitaba que algunos sepan que algunos miramos la situación que viven millones de palestinos e israelíes desde otra perceptiva, otra perspectiva que no es europea. Algunos lloran y se sienten culpables por la miseria misma. Otros, nos resistimos a formar parte del sistema clientelar de la pobreza y la miseria de otros y otras.
Este es mi primer relato desde que estoy en Palestina. Espero que no sea el último.
Pido a Dios que me acompañe. Pido a Dios que se siga haciendo presente aquí en Palestina, en medio del dolor y las alegrías. Pido a Dios por aquellos que me quieren y me recuerdan. Creo en un Dios liberador y sanador y a eso me aferro.
Agradezco a Dios por haberme puesto aquí.
Con todo el cariño que se merecen.

29.11.12 – Tulkarm - Territorios Palestinos
Jonathan Michel
1Para más información puede visitar www.eappi.org