El día después de
las votaciones...
Los viernes en
Palestina, son como los domingos en Occidente, o por lo menos en el
Occidente donde yo crecí.
La gente descansa,
camina por las calles, bebe te en las veredas, fuman narguile,
discuten sobre política y sobre fútbol. Hay un ambiente de paz y
tranquilidad.
Hoy, en especial,
las personas lucían más relajadas de lo habitual. Quizá porque es
viernes y este paisaje es habitual; en realidad no le se, es mi primer viernes en esta
hermosa ciudad.
Quizás, porque la
sesión de la ONU fue positiva en términos de votos; quizá, porque
138 países brindaron apoyo diplomático a un grupo de personas que
han ocupado gran parte de sus vidas en resistir bombas, esquivar
balas, reconstruir casas, reorganizar ciudades, desplazar poblaciones
enteras, recibir refugiados de ciudades asediadas, guardar llaves en
sus bolsillos esperando regresar a sus casas.
Nunca viví rodeado
de alambrados electrificados, muros, ametralladoras automáticas,
tanques, hummers patrullando las calles, controles en la ruta cada 30
km, aviones caza sobrevolando mi cielo, militares entrando en mi casa
en la mitad de la noche, nunca fui encapuchado y detenido sin razón,
nunca me maltrataron por mi color de piel, nunca me robaron el lugar
donde viví, nunca mataron un hijo mio delante de mis ojos, nunca
tuve que pedirle permiso a otro país para salir de mi país.
Todas estas
situaciones son cotidianas en el lugar donde estoy trabajando.
Yo nací libre y
crecí en libertad. Podemos discutir el concepto de libertad durante
muchas horas, días, meses y años, pero de lo que estoy seguro, es
que en los denominados Territorios Palestinos no existe la libertad,
o por lo menos el tipo de libertad que yo conocí y conozco. Soy cociente que
una generación argentinos, y otros ciudadanos latinoamericanos, padecieron
abusos a los derechos humanos y vivieron bajo el régimen de sistemas
que no simpatizaban demasiado con la libre expresión y la libertad
de pensamiento. Ese no fue mi caso.
En mi caso, mi
experiencia, o mejor dicho, la vida, Dios y mis decisiones me
pusieron en este pequeño lugar en el mundo, este pequeño espacio
restringido en libertades y expresión.
Hoy me toca poner el
cuerpo, el espíritu, la sonrisa y los oídos en este lugar carente
de libertades. Por momentos no lo entiendo, por momentos siento mucha
impotencia, por momentos me dan ganas de llorar, por momentos no lo
puedo creer; me parece que voy a despertar y que solo fue una especie
de sueño, una mala pesadilla que se pasará cuando me levante y me
fume un pucho. Pero no, cierro los ojos, los abro, y esas sensaciones
siguen atravesando todo mi cuerpo, mi vida.
Hoy por la tarde,
cuando caminaba por la calles de Tulkarm sentí alivio, sentí que
las energías en el aire estaban renovadas, sentí que el sol y la
brisa cargaban mis baterías, sentí en las sonrisas y las miradas de la gente que
se me iba cruzando por las calles una especie de alegría que me
contagiaba ganas de vivir. Sentí que había olor a esperanza y
libertad. Quizás ustedes piensen que estoy loco, que la libertad y
la esperanza no se pueden oler, que son dos conceptos creados por las
mentes racionales para definir determinadas situaciones
socio-políticas y espirituales. Quizá tienen razón, en relación a
la locura. Yo lo sentí y no me lo van a robar.
Cuando volvía a
casa me acordé que tenia que comprar pan. No podía encontrar
ninguna panadería o algún lugar parecido en donde comprar pan,
porque era viernes, día santo. Finalmente, después de dar muchas
vueltas, perdido por varias veces, me encontré con Ahmad. Otra vez
el problema del idioma quiso tomar la delantera y cortar la
comunicación. Nos resistimos. Nos pusimos a conversar en inglés y
Ahmad me comentó que el nació por el '46, entre bombazos y balazos,
y que su vida ha sido una peregrinación escapando de la guerra. A él
no le interesa pelear. Me dijo que le cuesta creer, no a su Dios, eso
no es un problema; a él le cree. Le cuesta creerle a los seres
humanos. Me volvió a repetir que no le gustan las peleas, pero que
si es necesario se va a desangrar en el suelo antes de abandonar el
lugar donde nació.
Le quise pagar el
pan y no me lo cobró. Me agradeció infinitamente por el trabajo de
los Acompañantes Ecuménicos. Me comentó que los 30 y pico de
equipos que habían pasado por Tulkarm habían hecho, cada uno a su
manera, un trabajo impagable.
Me siguió
agradeciendo. Yo seguía insistiendo en que me cobrase. Estuvimos
unos minutos con esa conversación, y casi me terminó echando para
que no le pagara. Finalmente me fui.
Junto con estas
palabras, les dejo una imagen de este encuentro.
Que el Dios de amor
nos modifique en cada encuentro. Oj'ala que Jesucristo se cruce en
sus caminos todas las veces que lo necesiten. Que el Espíritu que da
vida restablezca sus fuerzas y derrumbe prejuicios que producen dolor
y muerte para dar lugar a la resurrección y la vida.
Hasta otro día.
30.11.12 –
Tulkarm - Territorios Palestinos
Jonathan
Michel