Ante
todo, estas palabras nacen de varios planteos éticos.
Hace
unos meses regresé de Palestina. Estuve allá casi tres meses. Hice
un voluntariado por la paz. Fui, por un tiempo, un Acompañante
Ecuménico del Consejo Mundial de Iglesias.
Antes
de viajar, leí, escuché, reflexioné, escribí, pregunté, me
pregunté, analicé, imaginé y soñé con qué realidad me iba a
encontrar cuando llegara a Palestina.
Cada
encuentro fue único e irrepetible. Cada uno de los olores
descubiertos no se han borrado de mi memoria. Cierro los ojos y puedo
graficar mi viaje en caras, en historias, en gestos y sonrisas. Abro
mis ojos y me encuentro en otra realidad, en mi realidad
Latinoamericana, Argentina, porteña, de barrio, de estudiante de
teología, de hijo, de amigo, de hermano. Los recuerdos pierden
fuerza, pero las sensaciones vividas en Tierra Santa no desaparecen,
siguen ahí, punzando, poniéndome en dilemas éticos,
cuestionándome, replanteándome mi vida misma.
La
situación del pueblo Palestino es extremadamente compleja, ya que
deben realizar el esfuerzo por comprender las lógicas injustas de un
sistema estructurado en pos del beneficio de pocos, ya sean
palestinos, israelíes o de alguna otra nacionalidad que esté
haciendo un paseo productivo por Tierra Santa.
Las
economías globales y las alabanzas al consumo han invadido tanto
Palestina como Israel. A las prácticas individualistas el pueblo
palestino ofrece una resistencia admirable, ya que los núcleos
familiares son fuertes pilares sociales, como así también, espacios
de solidaridad entre las familias.
El
panorama de Medio Oriente, y así también de Palestina e Israel, se
encuentra bajo el paraguas de grandes sistemas fantasmas que operan
bajo opulentas mantas de la clandestinidad no publicitada de manera
explícita. Ya no importan las argumentaciones, ya no coinciden las
razones. Hay un vacío de sentido que se remonta a tiempos
ancestrales, a luchas de otras realidades, de otras fronteras, de
otros actores y actrices.
La
cuestión no estriba solamente en si el pueblo Palestino está
radicalmente expropiado de sus derechos, o si el pueblo Israelí
viola todos los derechos humanos establecidos en las diferentes
conferencias mundiales en pro de los derechos humanos.
Creo
yo, la pregunta radica en qué tipo de humanidad nos estamos
convirtiendo.
¿Existe
la posibilidad de la reconciliación?
Las
problemáticas trascienden las difusas fronteras de Palestina misma.
Cuestionan nuestras formas de relacionarnos, de perdonarnos, de
vincularnos, de escucharnos, de odiarnos, de querernos, de matarnos.
Las realidades de la sociedad global toda, como también, de forma
particular a nuestra realidad sudamericana. Como en tantas otras
guerras, la posesión de la tierra es el centro del odio y del
conflicto. ¿A quién le corresponde la tierra? ¿Quiénes son los
beneficiarios de las tierras? ¿Quienes administran Tierra Santa?
¿Cuántos muertos se cobra la administración de la Tierra Santa?
¿Quiénes estaban antes y quienes estarán después? ¿Quién mató
primero?
Es
claro que en toda guerra han existido dominados y dominadores;
poderosos y débiles; malos y buenos; perdedores y ganadores; santos
y pecadores, pero esta guerra lleva meses, décadas, siglos, y sigue
sin definición. Ya no hay ganadores o perdedores. Ya solo quedan
sufrimientos y dolores.
Y
la pregunta que nos acarrea hacía un lugar más pedregoso aún,
¿existe algún camino de solución?
No
me siento capacitado para dar respuesta a este interrogante. Puedo
decir que no estuve ni lejos ni cerca. Puedo decir que estuve allí.
Quiero
decir que conocí a seres humanos increíbles, viví situaciones
inexplicables, lloré errores humanos, odié sistemas de muerte,
razoné una y otra vez lo incalculable del odio, sentí el dolor y el
sufrimiento como nunca antes había sentido, oré y recordé a las
personas que me quieren. Sentí con mucha intensidad.
Creo
que el tiempo en Palestina me ayudó a reaccionar.
Me
ayudo a re-descubrir a un Dios que no es ni cristiano, ni judío,
ni árabe, pero inexplicablemente reconstruye lo irreconstruible.
Reconstruye
en
la sonrisa de muchos niños y niñas que se enfrentan a un presente
incierto, a miles de trabajadores palestinos que día a día
denuncian las injusticias del Ejército israelí con una paciencia admirable, en
sectores del pueblo judío que denuncian los abusos y las violaciones
del Estado de Israel sobre el pueblo Palestino, en el hombro que
ponen miles de cristianos que se mueven a Tierra Santa para acompañar
a sus hermanos y hermanas para buscar una versión diferente de la
misma historia mediática y publicitaría.
La
libertad se logra desde el amor, y el odio se cura con el perdón.
23.07.13 - Buenos Aires - Argentina
Jonathan
Michel
Consultas
jonathan.axel.michel@gmail.com